Al subir al coche me acordé de Jhon.
- ¡Dios! ¡Jhon! Hay que llamarle.
- ¡Alarmista!
Le mire de mala cara. Sonrió de nuevo.
Llámele, - dijo resignado.
-¿Jhon?
-¿Sabes algo?
- Si esta aquí y bien, ya te contaremos.
- ¡Uff, me preocupaste !
- Lo siento, pero me extraño que no hubiese llegado.
- ¿Tienes manos libres?
- Si, estoy aquí - contesto Robert.
- La próxima vez que te vayas de fiesta sin mi, al menos avisa.
- A sus ordenes... Ya hablamos hasta mañana.
Y sin darme tiempo a despedirme colgó.
- Quiero saberlo todo ¿Qué paso con Rafael?
- ¿Por eso has colgado a Jhon? Porque te aseguro que no te pienso contar nada. Cuanto menos sepas mejor.
- Se te olvida que soy tu abogado y debo de estar informado.
Hoy han ido a matarte.
No lo había visto así, hasta ahora. Pero el día había sido muy duro. Hacia años que no empuñaba mi arma y aunque no tuve que usarla, me sentí fuerte y poderosa con ella en la mano, sin pensar que la causa del tiroteó y de que 2 compañeros estuvieses heridos era mía. Pero debía de separar momentos si quería que aquella relación funcionara.
- Por hoy se acabó ser abogado y clienta. Seremos solo Robert y Linda. ¿Qué te parece?
- Bueno, dicho asi.., ¿Qué le apetece a mi bella Linda?
- mmm, una buena ducha, algo de comer que tengo un hambre atroz y una buena cama con compañía.
- Y... ¿esa compañía debe ser alguien especial?
- No, solo necesito, un hombre divino, guapo, que adore su trabajo y a mi, por su puesto.
- Pues no sé si en casa habrá alguien de esa descripción.
- Lo buscaremos. - Reí.
Llegamos a su casa, era muy tarde, aun así, Rosario corrió a nuestro encuentro para preguntar si necesitábamos algo.
- Pues sí, que vuélvase la cama. - Dijo Robert agarrándola por los hombros y girándola sobre si misma.
- Señorita Linda. - Señalo el horno con la mirada, - Buenas noches.
Le guiñé un ojo y dije:
- Buenas noches, que descanse Rosario.
Robert abrió la nevera, cogió algo de beber y la crema de cacahuetes, buscaba el pan.
Yo miré el horno, un rico asado, estaba allí, solo tenía que calentarlo un poco y listo para servir. Estaba claro que Rosario era un sol, pensaba en todo.
Mientras Robert, seguía intentado prepararse su sándwich. Me dirigí a él.
- Cariño, deja el sándwich para mañana, tenemos una cena increíble, dúchate y cuando salgas estará en la mesa.
- Eres increíble, ¿de donde sacas tanta fuerza?
- De ti - le bese- y no te duermas en la ducha.
Preparé la mesa y vi que tardaba. Me acerqué al baño. Entré y... estaba frente al espejo mirándose algunos hematomas.
- ¿Te han agredido?
- Nada que no solucione un poco de cariño.
- Déjate de bromas, esto es agresión y abuso de poder. ¡¿Que se han creído?! ¿Con quien creían que trataban?
- Esta todo bien. Mañana iré por un parte de lesiones al medico y pondré la denuncia. Ahora ¿vamos a cenar?
No podía dejar de mirarle los hematomas, pues solo llevaba los pantalones del pijama. Su cuerpo esbelto magullado era como algo irreal, ¿Quién querría hacerle daño a tanta belleza?
Cenamos con una copa de vino, y nos tumbamos en el sofá por inercia, empecé a acariciar levemente sus heridas a besarlas una a una como si mis besos disminuyeran el dolor de ellas. Robert no dijo nada, se limitaba a mirarme. De pronto, alzó mi cabeza y mirándome directamente a los ojos añadió:
- Eres lo mas hermoso que he visto en mi vida. Te amo.
Me besó apasionadamente, un beso largo, dulce de esos que te dejan huella, que te llegan al alma y hacen que tu corazón libre hasta querer salirse del pecho.
Me excité hasta tal punto, que le mordí los labios. El lejos de quejarse, sonrió y dijo:
- A la ducha, mi diosa perfecta. Te espero en la cama.
Le devolví la sonrisa y corrí al baño. Salí liada tan solo en la toalla, con una sonrisa picara me dirigí a él.
- ¿Espera usted a alguien?
- No especialmente. Solo a un milagro de la naturaleza.
Corrí hacia él y me lancé sobre su pecho. Oí un leve quejido.
- Lo siento, - me disculpe. Ya te han golpeado hoy bastante.
- Pero no como tú, sigue golpeándome de mil maneras...
Le sonreí tímidamente y le bese.
Comenzamos a besarnos y a acariciarnos, nuestro estasis crecía a grandes pasos, mientras nuestros cuerpo se fundían uno con el otro, llegando al clímax.
- Eres perfecta, no me dejes nunca...
- Jamás. - añadí sin pensarlo.
Nos abrazamos y nos quedamos dormidos.
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